QUE HACER CUANDO UN NIÑO PEGA

Cuando un niño pega

¿Tu hijo ha comenzado a pegar y no sabes cómo lidiar con esta situación? Este tipo de comportamiento tiene solución, y existen maneras efectivas para ayudar a los niños a gestionarlo.

Cuando un niño pega (sobre todo cuando hablamos de niños pequeños hasta los 4 años) no busca hacer daño. Por el contrario, se trata de su reacción instintiva a una emoción que no saben gestionar y que les hace sentir incómodos. Es una forma, además, de probar su fuerza y los límites. Los niños no nacen sabiendo gestionar sus emociones, ante la frustración de no saber cómo dejar de sentirse enojados o de no conseguir lo que quieren, pueden reaccionar pegando. Es una expresión física de dichas emociones. Hay que hacer un trabajo de validación (‘Entiendo que te sientas enojado…’) y acompañamiento (‘¿Qué podría hacer yo…’?) desde la empatía y el respeto. Es momento de trabajar en educación emocional… Que tu hijo o hija pegue ahora, no significa que vaya a ser una persona violenta cuando sea mayor. Por el contrario, esta es una reacción natural e intuitiva de todos los niños ante una emoción desagradable que aún no sabe gestionar (enojo, rabia, ira, frustración…). Sin embargo, es importante que le enseñes que esta no es la reacción más deseable a tener, porque puede hacerse daño a el mismo y a personas que lo rodean y lo quieren.

A continuación, te comparto estrategias para abordar este tipo de conducta de manera efectiva y empática:


  1. Mantén la calma y modela el autocontrol

El primer paso clave es que tú, como adulto, mantengas la calma. Los niños son esponjas que absorben los comportamientos de quienes les rodean, especialmente de sus figuras de autoridad. Gritar o responder con agresividad solo reforzará la idea de que la violencia es una forma válida de expresión. En lugar de eso, demuestra autocontrol y serenidad, enseñándoles cómo gestionar el estrés.

  1. Establece límites claros y consistentes

Los niños necesitan estructuras firmes y límites bien definidos. Saber lo que está permitido y lo que no lo está, les brinda seguridad y previene que se sientan confundidos o frustrados. Comunica las reglas de forma sencilla y repítelas si es necesario, asegurándote de que las comprendan bien. Establecer consecuencias razonables y coherentes también es importante para que entiendan que su comportamiento tiene un impacto en los demás.

  1. Identifica los desencadenantes del comportamiento agresivo

Muchas veces, el acto de pegar está relacionado con emociones o situaciones subyacentes que el niño no sabe cómo gestionar. Es fundamental observar cuándo ocurre este comportamiento: ¿está frustrado, cansado, sobreestimulado o tal vez en conflicto con un compañero? Al identificar los factores que provocan su agresividad, puedes ayudarlo a evitar esos desencadenantes o a prepararse mejor para afrontarlos.

  1. Enseña habilidades de autorregulación emocional

Ayuda a tu hijo a desarrollar herramientas para gestionar sus emociones. Los niños a menudo pegan porque se sienten desbordados por sus emociones y no saben cómo expresarlas de otra manera. Enseñarles a identificar sus sentimientos, ponerles nombre y encontrar formas saludables de expresarlos (como hablar, dibujar o respirar profundamente) les proporcionará recursos para autorregularse.

  1. Fomenta la resolución de conflictos de manera constructiva

Es crucial que los niños aprendan a resolver conflictos de manera pacífica y colaborativa. Proporciona alternativas que les permitan encontrar soluciones a los problemas por sí mismos o con la ayuda de otros. Puedes enseñarles a utilizar palabras en lugar de acciones físicas y a negociar acuerdos en situaciones de desacuerdo. Además, modelar el proceso de resolución de conflictos en casa es una excelente forma de que ellos lo incorporen a sus propias interacciones.

El comportamiento agresivo en los niños es una señal de que necesitan apoyo para manejar sus emociones y mejorar sus habilidades sociales. Con paciencia, comprensión y estrategias bien aplicadas, podrás ayudar a tu hijo a desarrollar formas más saludables y constructivas de afrontar sus dificultades. Lo más importante es recordar que estos comportamientos son oportunidades para enseñarles habilidades valiosas que les servirán a lo largo de su vida.

El cuento de Lucas y las manos mágicas

Había una vez un niño llamado Lucas, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. A Lucas le encantaba jugar con sus amigos en el parque, correr entre los árboles y trepar por las rocas. Sin embargo, cuando algo no le salía como esperaba, sentía una furia crecer dentro de él, y sus manos, que solían ser suaves y cariñosas, se volvían duras y rápidas. A veces, sin pensarlo, Lucas terminaba pegando a otros niños cuando estaba enojado.

Un día, después de una gran pelea con su amigo Mateo porque querían la misma hamaca, Lucas se sentó  en una banquito del parque, con las manos apretadas y el rostro enojado. No entendía por qué sus manos hacían cosas que no quería, como si tuvieran vida propia. De pronto, una abuelita apareció junto a su mamá que estaba ahi cerquita de él, esta  señora   llevaba un sombrero muy grande y un bastón brillante, hablaba con su mamá y de repente se acercó a Lucas con una sonrisa tierna…

—Parece que tus manos están muy inquietas hoy, ¿verdad? —dijo la abuelita con voz suave.

Lucas la miró sorprendido. Nadie había hablado nunca de sus manos de esa manera…

—Sí, siempre hacen cosas malas cuando estoy enojado —respondió él, mirando sus puños apretados.

—Ah, pero tus manos no son malas, solo necesitan aprender a usar su magia correctamente —dijo la anciana, guiñándole un ojo.

—¿Magia? —preguntó Lucas intrigado.

—Claro, todos tenemos magia en nuestras manos. Pueden ser manos poderosas para ayudar, crear y cuidar. (Se le puede preguntar al niño que hacen sus manos, que le gustan hacer…)  Pero cuando nos enojamos y no sabemos qué hacer, la magia se descontrola. —La anciana sacó un pequeño frasco de su bolsillo y se lo entregó a Lucas—. Aquí tienes un poco de polvo mágico. Te ayudará a recordar cómo usar tus manos de manera especial.

Lucas tomó el frasco y lo guardó en su bolsillo, curioso por saber qué más podía hacer con él.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó con entusiasmo.

—Cada vez que sientas que tu enojo crece y tus manos quieren actuar sin pensar, detente, respira hondo y frota un poco de este polvo entre tus dedos. Luego, usa tus manos para algo bueno, como ayudar a un amigo o calmarte a ti mismo. Verás cómo tu magia cambia las cosas —explicó la anciana.

Esa misma tarde, Lucas volvió a encontrarse con Mateo en el parque. Aún se sentía un poco molesto por la pelea, pero antes de que sus manos volvieran a hacer algo que no quería, recordó el consejo de la abuelita. Sacó el frasco, frotó un poco de polvo mágico entre sus dedos, respiró profundo y, en lugar de pegar, fue hacia Mateo y le dijo:

—Lo siento por antes. ¿Podemos buscar juntos una solución?

Mateo sonrió sorprendido. Ambos hablaron sobre turnarse en la hamaca, y en pocos minutos, estaban jugando juntos otra vez, como si nada hubiera pasado.

Con el tiempo, Lucas aprendió a usar su “polvo mágico” cada vez que se sentía frustrado o enojado. No solo sus manos dejaron de pegar, sino que comenzó a usarlas para construir castillos de arena, ayudar a sus amigos y consolar a otros cuando estaban tristes.

Un día, cuando ya era un poco mayor, Lucas se dio cuenta de algo. Al revisar su bolsillo, el frasco con polvo mágico estaba vacío. Pero eso no le preocupó, porque entendió que la verdadera magia no estaba en el frasco, sino en él. Sus manos siempre habían tenido el poder de hacer el bien, solo necesitaban aprender a escuchar su corazón.

Y así, Lucas creció siendo un niño que, con la magia de sus manos, llenaba de alegría y paz todo lo que tocaba. Y cada vez que algún amigo tenía problemas para controlar sus propias manos, él les compartía el secreto de la anciana y el poder de la verdadera magia que todos llevamos dentro.

Fin.

Este cuento enseña a los niños la importancia de gestionar sus emociones y usar sus manos de manera positiva. A través de la magia, se les ofrece una metáfora para aprender a detenerse, reflexionar y encontrar alternativas constructivas ante el enojo. ( Como actividad  se les puede pedir que hagan un dibujo)

PSICOLOGA VANINA CAPPA