De la competencia a la cooperación: una mirada sobre los premios escolares.”Si hay algo que la infancia no necesita es que la convirtamos en un podio”…
Cada cierre de ciclo escolar trae consigo actos, carpetas, fotos… y muchas veces también medallas. Ni los boletines, ni las medallas definen quién es un niño. Es importante reflexionar qué lugar ocupan estas distinciones en la experiencia emocional de los niños y qué mensajes transmiten, especialmente en una etapa tan sensible como la infancia.
1. No todos los niños parten del mismo lugar
Cuando solo se mira el resultado académico, se pierde de vista la historia detrás de cada niño. Algunos llegan al aula atravesando cambios familiares, pérdidas importantes, mudanzas repentinas o situaciones de estrés emocional.
En esos contextos, “no alcanzar un objetivo” no significa falta de voluntad, sino que el camino simplemente fue más complejo. Sin embargo, las medallas suelen evaluar solo el desempeño final, sin contemplar el recorrido ni las circunstancias.
Y eso, inevitablemente, genera desigualdad.
2. ¿Qué logros cuentan y cuáles quedan invisibilizados?
Hay avances que no aparecen en boletines, pero transforman la vida de un niño:
Un chico que logra expresar lo que siente en vez de pegar…
Una nena que, pese a su timidez, se anima a participar en grupo…
Un niño con desafíos motores que se suma a un juego sin miedo a equivocarse…
Estos progresos emocionales y sociales —que requieren esfuerzo, valentía y madurez— rara vez reciben reconocimiento porque no entran en una categoría “medible”.
La escuela suele premiar lo visible, lo aplaudible, lo que encaja en un estándar. Pero los logros más significativos muchas veces están en lo invisible.
3. Competencia donde debería haber cooperación
Cuando aparecen las distinciones, el aula deja de percibirse como un espacio de inclusión y se convierte, aunque sea sin intención, en un escenario de comparación.
El mensaje que reciben los chicos es sutil pero potente: hay niños que valen más que otros.
Esto no solo influyen la estima de quienes nunca reciben una mención, sino que instala la idea de que solo ciertas formas de ser son valiosas. Y en la infancia, ese mensaje puede instalarse como una verdad sobre quiénes ‘deben ser’ y puede generar inseguridades difíciles de expresar.
4. Cada niño tiene algo único para aportar
Si se decide entregar reconocimientos, lo más saludable emocionalmente sería que todos los niños reciban un elogio genuino por alguna fortaleza personal.
No existe un solo modo de brillar: algunos destacan en lo académico, otros en lo artístico, otros en la sensibilidad, la cooperación, la creatividad o la resiliencia.
Cuando solo un grupo reducido es distinguido, se refuerza la falsa creencia de que hay características “superiores” y otras que no importan.
5. Cuando el valor depende del aplauso externo
Las medallas ponen el foco en lo que el adulto valida, y no en lo que el niño vivió, aprendió y disfrutó durante el año. Esto desplaza la motivación interna y la reemplaza por la necesidad de aprobación. Muchos niños pasan toda su escolaridad intentando encajar, esforzándose por “ser suficientes” según criterios externos que no reflejan su realidad emocional. El costo suele ser alto: ansiedad, comparación constante, autoexigencia y pérdida de disfrute por aprender.
Entonces… ¿cuál es el verdadero problema?
No es reconocer el esfuerzo, la dedicación o la empatía. Eso es valioso. El problema surge cuando el reconocimiento se transforma en competencia, y cuando solo se destacan ciertas habilidades, dejando fuera a un montón de niños que también crecieron, también avanzaron y también hicieron un recorrido digno de celebrar.
Distinciones que comparan vs. distinciones que integran
Premiar solo a algunos: instala competencia, comparación y jerarquías.
Valorar a todos: fortalece la pertenencia, el compañerismo y la autoestima.
Y la pertenencia —sentir que tengo un lugar y que soy valioso tal como soy— es la base emocional sobre la que se construye una infancia segura y un mundo más pacífico.
Distinguir al que se esforzó, fue empático, dedicado o capaz, no es el problema. El problema es que los niños crean que solo hay unas pocas habilidades destacables. Todos los niños del mundo tienen alguna cualidad hermosa y valorable para destacar.
La infancia no necesita un podio. Necesita un abrazo, una mirada y un lugar…
Educar es acompañar, no competir. Educación debería ser siempre un puente hacia la paz…
PSICÓLOGA VANINA CAPPA

