EL ARBOL QUE QUERIA VOLAR
Había una vez un pequeño árbol llamado Tico que vivía en un hermoso bosque. A su alrededor crecían árboles grandes y fuertes, con ramas que se movían suavemente con el viento. Sin embargo, Tico no quería ser como los demás. Su gran sueño era hacer algo extraordinario: quería volar como los pájaros.
Un día, Tico decidió compartir su sueño con un viejo roble que vivía cerca de él.
—¡Quiero volar! —dijo Tico con entusiasmo—. Quiero tocar las nubes y sentir el viento entre mis hojas.
El viejo roble, que era muy sabio, lo miró con una sonrisa, pero también suspiró profundamente:
—Los árboles no vuelan, pequeño —dijo el roble—. Es mejor que te preocupes por crecer firme en la tierra.
Las palabras del roble hicieron que Tico se sintiera triste y desanimado. Comenzó a dudar de su sueño. ¿Y si el roble tenía razón? ¿Sería verdad que los árboles solo podían quedarse quietos? Poco a poco, Tico dejó de soñar y ya no levantaba sus ramas con la misma energía cuando soplaba el viento.
Un día, mientras Tico seguía en silencio, una pequeña ardilla llamada Mía notó que algo andaba mal.
—¿Qué te sucede, Tico? —preguntó Mía con curiosidad—. Siempre estabas tan feliz y lleno de sueños.
Con una voz baja y triste, Tico le contó su sueño de volar y lo que el viejo roble le había dicho.
Las palabras de aliento…
Mía escuchó atentamente y, al final, le dio una gran sonrisa.
—¡Qué sueño tan maravilloso, Tico! —le dijo—. Tal vez no puedas volar como los pájaros, pero puedes hacer cosas increíbles a tu manera. Tus ramas pueden alcanzar el cielo si crees en ti mismo. ¡Yo creo en ti, Tico! ¡Tú puedes hacerlo!
Esas palabras llenaron a Tico de una nueva esperanza. Si su amiga Mía creía en él, tal vez él también podía. Desde ese día, Tico comenzó a estirarse hacia el sol, sus ramas se hicieron más largas y sus hojas más brillantes. Cada día recordaba las palabras de Mía: “Tú puedes hacerlo”, y eso lo motivaba a seguir creciendo.
Un día, después de mucho esfuerzo, Tico sintió el viento susurrándole entre las ramas. Ya no necesitaba volar como los pájaros para sentirse libre. Sus ramas tocaban las nubes, y los pájaros se posaban en ellas, como si fueran sus propias alas.
Desde lejos, el viejo roble observaba y le dijo sorprendido:
—Parece que has encontrado tu propia manera de volar, pequeño.
Tico sonrió, sabiendo que lo había logrado gracias a las palabras de aliento de su amiga Mía.
Moraleja
A veces, una palabra amable puede cambiar la vida de alguien. Cuando ofrecemos palabras de aliento, ayudamos a las personas a creer en sí mismas y a alcanzar sus sueños, incluso cuando parezca difícil. ¡Recuerda siempre que tus palabras y acciones pueden hacer una gran diferencia en los corazones de los demás!
PSICOLOGA VANINA CAPPA