La adolescencia es una etapa de profundos cambios: físicos, mentales y emocionales. Es una etapa de búsqueda de identidad, independencia y pertenencia, donde los adolescentes viven una auténtica montaña rusa emocional. Pueden pasar de la risa al enojo en minutos, sentirse seguros un día y confundidos al siguiente. Este vaivén tiene una explicación: el cerebro adolescente todavía está en desarrollo, especialmente las áreas relacionadas con el autocontrol, la empatía y la regulación emocional. Por eso, no alcanza con decirles “tranquilízate” o “no te pongas así”. Lo que necesitan es aprender a reconocer, entender y gestionar lo que sienten, con acompañamiento y herramientas adecuadas.
Educación emocional: una herramienta clave para su bienestar
En la etapa de la adolescencia, aprender a sentirnos bien y cuidar de nuestro bienestar emocional es de vital importancia. Los adolescentes pueden desarrollar habilidades para gestionar el estrés, fortalecer su autoestima y cultivar relaciones saludables. Al implementar estas estrategias en su vida cotidiana, los adolescentes estarán mejor equipados para enfrentar los desafíos que surgen durante esta etapa de crecimiento y transición hacia la edad adulta. Recuerde que el apoyo de profesionales capacitados también es esencial para brindar un entorno de apoyo y guiar a los adolescentes en su viaje hacia una vida plena y saludable. Cuando los adolescentes comprenden sus emociones, desarrollan recursos internos que les servirán durante toda la vida.
Beneficios de trabajar las emociones en la adolescencia
Fortalece la autoestima.
Cuando un adolescente puede identificar y nombrar lo que siente, deja de pensar que “hay algo mal en él”. Comprende que sentir es parte de la experiencia humana y se siente más seguro de sí mismo.Mejora la comunicación familiar.
Aprender un lenguaje emocional facilita que hablen sobre lo que les pasa, en lugar de aislarse o responder con enojo.Previene el estrés y la ansiedad.
Incorporar técnicas de respiración, relajación o escritura emocional los ayuda a manejar la tensión y a recuperar la calma en momentos de crisis.Favorece relaciones más sanas.
Cuando reconocen las emociones propias y ajenas, aumenta la empatía y disminuyen los conflictos. Esto fortalece los vínculos con amigos, docentes y familia.
Dinámicas para conocerse y fortalecer la autoestima
Las actividades de autoconocimiento permiten que los adolescentes exploren quiénes son y qué los hace sentir bien. Algunas propuestas efectivas son:
La línea de la vida: dibujar los momentos más importantes de su historia, identificando cómo se sintieron en cada etapa.
El diario de logros: anotar cada día algo que hayan hecho bien o de lo que se sientan orgullosos, por pequeño que parezca.
La carta a mi yo futuro: escribir un mensaje a sí mismos, expresando qué esperan aprender, soltar o mejorar.
Estas dinámicas, guiadas por un profesional, ayudan a transformar pensamientos limitantes (“no puedo”, “no sirvo”, “nunca me sale”) en mensajes positivos y realistas sobre su propia capacidad.
El papel de la familia en la educación emocional
Las familias son el primer modelo de gestión emocional. No hace falta organizar largas charlas para “hablar de emociones”; basta con aprovechar los momentos cotidianos para conectar desde la empatía y el ejemplo.
Modelar con el ejemplo: expresar las propias emociones con naturalidad (“estoy nerviosa, voy a respirar un poco”) enseña más que cualquier consejo.
Escuchar sin juzgar: preguntar “¿qué fue lo mejor y lo más difícil de tu día?” abre la puerta al diálogo sincero.
Compartir actividades: escribir juntos, practicar relajación o escuchar música para hablar de cómo se sienten crea un vínculo emocional seguro.
Validar sus emociones: evitar frases que minimicen (“no es para tanto”) y reemplazarlas por otras que comprendan (“entiendo que eso te haya dolido”).
Un ejemplo real: Tomás, de 14 años, aprendió una técnica de respiración para calmarse antes de los exámenes. Al notar sus beneficios, comenzó a compartirla con un compañero que se ponía nervioso. Ese gesto resume la esencia de la inteligencia emocional: cuando un adolescente se conoce y se cuida, también aprende a cuidar a los demás.
Acompañarlos para toda la vida
Trabajar las emociones en la adolescencia no solo fortalece su bienestar actual, sino que les brinda herramientas para enfrentar los desafíos de la adultez con mayor equilibrio, empatía y resiliencia.
Cuando las familias, los docentes y los propios jóvenes se involucran en este proceso, se construye un entorno emocionalmente saludable. Un espacio donde los adolescentes pueden aprender a entenderse, aceptarse y construir relaciones más conscientes.
Educar las emociones es regalarles un recurso que no caduca: la capacidad de sentirse bien consigo mismos y con los demás.
PSICÓLOGA VANINA CAPPA

